Sobre
el personaje:
Es sin disputa el más grande de los historiadores
chilenos. Su Historia General de Chile, que abarca desde el descubrimiento
de Chile hasta la Constitución de 1833, es el monumento indestructible
de su gloria.
Se le ha querido erigir una estatua para perpetuar su
labor y su memoria (1925), pero aunque no se le haga esa demostración
de gratitud pública, siempre su nombre vivirá lo que viva
el país, cuya vida ha resucitado y relatado.
En los veinte largos años que empleó para
redactar su obra magna, e igual período en acopiar los materiales,
no sólo constituyó el palacio vívido y radiante
de la historia de su patria, sino que incrustó su nombre con
caracteres diamantinos en el alma de las presentes y futuras generaciones.
Ningún chileno medianamente culto podrá
dejar de leer sus obras, admirar su vasto plan expositivo e inclinarse
ante el conjunto de su labor fecunda y perseverante.
Se le ha motejado de sectarismo, de intolerancia, de
que su estilo no es el estilo brillante de otros autores y de que su
acción se ha concretado a veces a destruir creencias seculares
y a infiltrar doctrinas nuevas en el espíritu de los hombres
y de los tiempos; pero nadie podrá negar que su Historia General
está basada en documentos inamovibles, que su trabajo revela
talento y perseverancia, que su vida es un modelo de estudio y de enseñanza
y que sus conocimientos enciclopédicos lo hacen aparecer en el
escenario público como una de las grandes figuras contemporáneas
y de todos los tiempos.
Fue un maestro y un sabio cuyo nombre no es sólo
patrimonio glorificador de Chile sino también glorificador de
América.
Nació en Santiago el 16 de Agosto de 1830 y era
hijo de Diego Antonio Barros y de doña María Arana Andonaegui.
Hizo sus estudios de humanidades en el Instituto Nacional
y no pudo seguir cursos superiores por la debilidad de su organismo.
Se dedicó a estudios libres, a las bellas letras, a investigaciones
históricas y a profundizar todo lo que pudo en el terreno de
la filosofía y de las ciencias.
Publicó su primer ensayo histórico en 1849,
titulado: "Vicente Benavides y las campañas del sur, 1848-1821".
Esta obra esclarecía uno de los puntos más oscuros de
nuestra revolución emancipadora. El periodista uruguayo, Juan
Carlos Gómez, proscripto de su patria y que redactaba en El Mercurio
de Valparaíso, escribió un párrafo honrosísimo
sobre ella, declarando que descubría a través de sus páginas,
al futuro historiador de Chile. Desde esa época su labor de investigador
paciente y de historiador erudito, fue cada vez más asidua y
provechosa para los libros y anales públicos del país
y de América.
Dio a luz en 1852 su Opúsculo Histórico
sobre el General Freire, trabajo nutrido de antecedentes curiosos e
interesantes de la vida y época de tan ilustre guerrero. En 1853
fundó el periódico literario El Museo, en el que se inició
como cronista en la prensa nacional. En 1854 colaboró en la Galería
de Hombres célebres, que dirigía Irisarri. Pero su mejor
obra de aquella época fue su Historia General de la Independencia
de Chile, que abarca el período histórico y político
de 1808 a 1819.
En los Anales de la Universidad publicó la mayor
parte de sus trabajos, que después coleccionó en los libros
siguientes: Vida de don Claudio Gay, Colección de Historiadores
de Chile, Cronistas de Indias, Descubrimiento y Conquista de América,
Proceso de Pedro de Valdivia, Historia de las Compañías
de Chiloé, Vida y viajes de Hernando de Magallanes, etc.
En 1859 redactó El País, diario de oposición
al Gobierno de Manuel Montt y colaboró en La Actualidad y La
Semana. Estos trabajos le valieron la persecución y el destierro.
Como proscripto recorrió el Uruguay, la Argentina y el Brasil.
Su viaje fue de investigación histórica y de nuevos trabajos.
Desde Río de Janeiro se dirigió a Europa y visitó
a Londres, París y España, siempre guiado por la sed de
investigación histórica. Visitó y estudió
bibliotecas, academias y universidades.
A su regreso publicó varias obras y fue nombrado
rector del Instituto Nacional, en cuyo plan de estudio introdujo mejoras
notables e imprimió nuevos rumbos a la instrucción secundaria,
de acuerdo con las ideas y conocimientos que había adquirido
en el viejo mundo sobre estudios y métodos de enseñanza.
Fundó revistas que influyeron en el movimiento
literario y contribuyó al prestigio de muchas otras como La Revistas
de Ciencias y Letras, Revista de Santiago, del Pacífico, de Sur
América, de Valparaíso, Revista Chilena, etc.
Es el publicista que produjo el mayor número de
trabajos históricos americanos. En 1860 fue nombrado secretario
general de la Universidad. Al incorporarse a ella como Decano de la
Facultad de Filosofía y Humanidades, pronunció un notable
discurso elogiando al helenista Luis Antonio Vendel-Heyl. Compuso y
publicó casi todos los textos de estudios para la enseñanza
secundaria, todos aprobados por la Universidad: Compendio de historia
de América, Elementos de Retórica y Poética, Elementos
de Historia Literaria, Elementos de Geografía Física,
Historia Moderna, Manual de Composición Literario, etc., etc.
Escribió la Historia de la Guerra del Pacífico por encargo
del Gobierno.
Pero su obra más importante, es la Historia General
de Chile, premiada por el Gobierno de Balmaceda.
En 1892 fue nombrado Rector de la Universidad. Fue diputado
en varios períodos, perito en la cuestión de límites
con la Argentina, miembro de varias sociedades, academias y universidades
y desempeñó varias cátedras.
Como perito en la cuestión limítrofe su
conducta mereció admiración y aplausos y en ciertas ocasiones
la paz entre ambos países dependió de su voluntad o de
su palabra.
Fue contrario de Balmaceda en 1891, lo que hizo que abandonara
inmediatamente sus cátedras universitarias, su peritaje de límites
y su rectorado en la Universidad. Triunfante la revolución, reasumió
sus funciones públicas y docentes y continuó prestando
al país y a la instrucción los eminentes servicios que
fueron como la base y el norte de su existencia.
Su muerte, ocurrida en noviembre de 1907, constituyó
un duelo para su país y para las letras chilenas y americanas.
Biblioteca Barros Arana. Su hija Josefina, casada con
Jorge Valdivieso Blanco, obsequió al Estado en 1920, a nombre
de la sucesión, la valiosa biblioteca de Barros Arana.
El Ministro de Instrucción en esa época,
Enrique Bermúdez, al agradecer la importante donación,
decía al Sr. Valdivieso: "El Gobierno ha aceptado las medidas
propuestas por el director de la Biblioteca Nacional, que concuerdan
con los deseos manifestados al respecto por Ud. y su señora esposa,
y considera que al instalar la Biblioteca del Sr. Barros Arana en el
edificio de la Biblioteca Nacional, y al perpetuar su nombre en ese
recinto, se rinde un justo y adecuado homenaje a la memoria del primero
de nuestros historiadores, vinculada ya tan estrechamente al progreso
de la intelectualidad chilena y de la enseñanza nacional".
Monumento a Barros Arana. A iniciativa del Ministro de
Instrucción José Maza se dictó, el 24 de agosto
de 1925, un decreto supremo cuya parte dispositiva dice: "Autorízase
la erección en Santiago, de un monumento costeado por subscripción
popular, y destinado a perpetuar la memoria del ilustre servidor público,
e historiador Diego Barros Arana".
La biografía de un hombre como Diego Barros Arana
no puede caber entre los estrechos límites de un diccionario.
Sólo para la enumeración de sus obras A. Fuenzalida Grandón
necesitó publicar un folleto. Es una vida múltiple, que
abarca un extenso radio de la historia de Chile; y que ha merecido variados
homenajes de la posteridad; y a cuya memoria han consagrado numerosos
estudios y necrologías los escritores y periodistas del último
medio siglo. Esta serie de manifestaciones, que es como la cristalización
de la inmortalidad de un hombre, continuará a través de
los años, como un tributo y glorificación póstuma
en homenaje a un hombre que consagró su vida a la instrucción
y a la historia de su patria.
Fte.: FIGUEROA, Virgilio, op. cit. en Bibliografía,
págs. 139, 140 y 141, Tomo II.